miércoles, 17 de septiembre de 2008

Madrid. Atardedecer de domingo. Otoño




Madrid crece sobre alcantarillas llenas de cadáveres. Dos ratas por habitante y otras tantas palomas, que de vez en cuando tiñen el asfalto. Sólo se paran a mirarlas los niños, nene caca.
La gente guapa de gran vía sale de los musicales corriendo hacia sus televisores, acelera para adelantar al pirado que habla por un teléfono móvil inexistente, inmunes al resto de cordura de ese hombre derrotado que, por lo menos, finge hablar con alguien a través de algo. Psicofonía de un alma muerta para la cordura, que aún se aferra a un "otro" que no sabe o se niega a contestar. Atravieso la fila de putas novatas que tiritan, inocentes del frío que no saben que van a pasar, welcome to Madrid. ¿Porqué le doy a una dos euros para un bocadillo? No por ser una buena persona. Y me encojo de hombros y esquivo toreramente la caricia mercenaria y sonrío. Dos euros. Que barato sentirse tan tonto, y a la vez infantilmente menos... mal.
Aprieto el paso, esto no es Manhattan y yo no soy Bukovski.
Rezo a mi dios de infinita ausencia, suplico un poco de tibieza, agua limpia sobre mis moratones, esta ha sido una semana de golpes y más golpes, y la puerta de mi casa se abre con sonido de campana que anuncia final de round.
Pero en vez de chicas en bikini pasean la pancarta palomas muertas, aplastadas, ratas destripadas, y en mi rincón el cubo está repleto de lagrimas de puta y cuajarones de sangre.
Y escribo con los dientes apretados, mordiendo el bucal.
Me coso las heridas con palabras.
Me siento hermoso como crucificado
en la cuadruple sombra de los púgiles bajo los focos.
Suena la puerta de nuevo.
Adelante.
No, no quiero otro asalto...

Sólo tengo una piruleta con un corazón partido para ti.

1 comentario:

Ladrón de mandarinas dijo...

Qué identificado me sentí con su texto en esta época, salvo porque yo sólo le di un euro al mendigo con quien siempre me cruzo cuando salgo a pasear mi mente por la calle... Creo que le envidio: no tiene a dónde ir, siempre solo, y sigue en pie tras años de lucha por "sobrevivir".

Me gustaría ser así de autosuficiente, pero no sé si estoy dispuesto a pagar el precio: de pequeño leí, refiriéndose a los mendigos, que año tras año la gente que sólo recibe golpes acaba por convertir su corazón en piedra. Indestructible e insensible. Sin sabor, sin azúcar. Y a mí aun me gustan las piruletas, dulzonas y color Pasión, aunque sea mi corazón el que se haga pequeños añicos que sirven de alimento para las ratas.

Todavía prefiero Sentir, aunque tenga que recoger los fragmentos con pinzas y pegarlos con lágrimas. Sigamos siendo una perversa versión del viejo Peter Pan.