viernes, 28 de septiembre de 2007

Rosebud


Llego a casa con mis últimas fuerzas. El deposito de energía en números rojos. Me parece no tener ya huesos ni músculos, sólo voluntad. Me espera un fin de semana aun mas duro. Pero antes de reptar hacia la cama, quiero dejar un saludo para quienes han sido una pequeña familia para mi estos dos meses. Estoy acostumbrado a los cierres y a las despedidas, y esto ni siquiera es un adiós, sino un hasta pronto, lo tengo claro. Pero anoche volví a casa sensible como una perra vieja... Gracias chicos. Gracias por vuestras ganas, por vuestro esfuerzo, por lo que me habéis hecho reír y sufrir... Por todo lo que he recordado y aprendido con vosotros.
Gracias.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Segundo café.



Calle Desengaño. Hay veces que el nombre es el arquetipo de la cosa. Me queda una hora para dar mi clase . Se que me va a costar hasta el último gramo de mi energía conseguir sacarles de esta atmósfera de domingo por la tarde. Necesito otro café y quiero revisar mis notas. Encuentro un bar como ya quedan pocos. Cerámica agrietada, techos encalados y sucios, taburetes de metal que llevan tres décadas oxidados. Uno de los últimos bares castizos. Sólo que entre la botella de "Dyc" y la de "Fundador" me encuentro la estatua de un buda sonriente. Una sonrisa que, en ese contexto, parece sospechosamente beoda. Me doy cuenta de que todos los camareros son chinos. Se deben haber conformado con esa mínima reforma del local.
Pero me entienden cuando pido un café, así que me siento cerca de la entrada, saco la libreta...
E irrumpe en el bar un viejo negro (me niego a llamarlo "persona mayor de color"), vestido con una chaqueta de color indeterminable, una gorra de baseball blanca y una borrachera más que evidente. Uno de los chinos sale de la barra, lo engancha del cuello y de un brazo y lo empuja fuera del local. Gritan los dos, el uno en cantonés, del que no entiendo nada; el otro en algún dialecto africano que soy incapaz de reconocer. Algún que otro "hijo de puta" en castellano (¿Por qué en castellano?) pone más en claro un dialogo en el que el sentido de las palabras es lo de menos.
¿Por qué siento que debería hacer algo?¿Hacer qué? ¿Por qué razón?
El chino defiende el derecho de admisión de su negocio. Ha sido amable conmigo. El africano es demasiado mayor como para que le echen a patadas de ningún lugar. La imaginación se me satura con mil posibilidades de mil escenas anteriores no vistas. "Qué sabes tú de nada".
El viejo saca una navaja del bolsillo, la muestra plegada en la palma blanquecina de la mano.
El chino mira el cuchillo de cortar los limones, sobre la barra.
Y como si fuese otra persona, siento mi trasero despegarse de la silla, y oigo mi voz como la he oído alguna vez sobre un escenario, como si no fuese la mía:
"Por favor... ¿Pueden dejarme tomar un café en paz?"
El chino me mira.
El negro me mira. De repente, sonríe y dice:
"De acuerdo, amigo. Dame un cigarrillo y me voy".
Se lo doy. Se guarda la navaja y se va.
Pero lo más extraño de la historia es que poco después le digo al chino:"¿Cuánto es?"
Y el chino, con esa sonrisa de Giocconda que tienen casi siempre los orientales, me contesta:
"Nada".

viernes, 21 de septiembre de 2007

La dama y el vagabundo.


Llevaba un buen rato refunfuñando, como casi siempre que conduce, con un lenguaje que deja los oídos pitando. Nada que ver conmigo, como las tormentas que te empapan sin que medie nada personal. Justo después de aparcar, sale del coche, decidida. Cruza la avenida. La sigo, sin saber a dónde va. Un semáforo en rojo le da unos metros de ventaja... Saca el móvil y llama a la policía. “Hay dos perros sueltos en la calzada. Pueden provocar un accidente”. Imagino la cara del agente, pero por poco, mientras alargo la zancada para alcanzarla. Ahora, entre las sombras del arbolado veo a los dos canes. Un chucho grande, marrón, de raza indeterminada y de paso perezoso, y una Yorkshire Terrier blanca y negra, de trotecillo pizpireto.

“¿Qué vas a hacer?”

“Retenerlos hasta que venga la policía”. Y aprieta el paso. Estas cosas siempre me pasan cuando salgo de entrenar, me arden los gemelos.

Les silbamos, les llamamos, chasqueamos la lengua (Eso se hace con los gatos, pero hay perros tan pijos que saben idiomas…) Nada. Aceleran. Y el coche queda lejos, y yo rezo porque ella conozca el barrio.

Al final nos paramos. “Que les den”. Sonríe. Caracolean y se pierden de vista. En busca de un contenedor generoso en sobras. Son dos perros fugitivos, emocionados por la libertad, que corren juntos por entre los coches. Una dama y un vagabundo viviendo un amor mal visto.

Me enciendo un cigarrillo y me callo el comentario.

“Justo como nosotros”.

La dama y el vagabundo.


Llevaba un buen rato refunfuñando, como casi siempre que conduce, con un lenguaje que deja los oídos pitando. Nada que ver conmigo, como las tormentas que te empapan sin que medie nada personal. Justo después de aparcar, sale del coche, decidida. Cruza la avenida. La sigo, sin saber a dónde va. Un semáforo en rojo le da unos metros de ventaja... Saca el móvil y llama a la policía. “Hay dos perros sueltos en la calzada. Pueden provocar un accidente”. Imagino la cara del agente, pero por poco, mientras alargo la zancada para alcanzarla. Ahora, entre las sombras del arbolado veo a los dos canes. Un chucho grande, marrón, de raza indeterminada y de paso perezoso, y una Yorkshire Terrier blanca y negra, de trotecillo pizpireto.

“¿Qué vas a hacer?”

“Retenerlos hasta que venga la policía”. Y aprieta el paso. Estas cosas siempre me pasan cuando salgo de entrenar, me arden los gemelos.

Les silbamos, les llamamos, chasqueamos la lengua (Eso se hace con los gatos, pero hay perros tan pijos que saben idiomas…) Nada. Aceleran. Y el coche queda lejos, y yo rezo porque ella conozca el barrio.

Al final nos paramos. “Que les den”. Sonríe. Caracolean y se pierden de vista. En busca de un contenedor generoso en sobras. Son dos perros fugitivos, emocionados por la libertad, que corren juntos por entre los coches. Una dama y un vagabundo viviendo un amor mal visto.

Me enciendo un cigarrillo y me callo el comentario.

“Justo como nosotros”.

domingo, 16 de septiembre de 2007


Un acontecimiento:

Llevo casi tres horas solo.

Solo y despierto.

No recuerdo la última vez.

Sí.

Recuerdo la vida antes del móvil,

Antes de Madrid,

Antes de los escenarios,

También sin televisión.

Recuerdo

La tranquilidad de saber

Que se podría uno pudrir

Antes de que le encontraran.

Entre los libros abiertos

Y los relojes parados.

Pero hoy

el tiempo

Es una imagen

nítida

De gente que me espera

O a la que debo aguardar.


Hoy no han venido.

Se les ha pegado el verano.

Disfruto este silencio

Al que le queda aún

Otra hora de vida.

Aflojo las máscaras,

Las dejo

Que descansen en su maletín.


“Hola, soy yo mismo:

Cuánto tiempo sin verme.

¿Qué es de tu vida?

Tendría que pensarlo”

Silencio incómodo

Entre viejos conocidos

Que han perdido el contacto.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Niké sin rostro.


¿Victoria o derrota?

Siempre depende del final de la historia.

No se beatifica a los vivos.

No se sabe si se vivió feliz

hasta la muerte.

Dale tiempo a un amigo

Y podrá ser un traidor.

Dale tiempo al odio

Y puede acabar en bodas.

Hay derrotas que te hacen más fuerte.

Hay éxitos que diseñan ataúdes.

Me siento. Debería estar cansado.

Podrían haber hecho arcos con mis nervios.

No entonces, después.

(Porque nadie escapa al miedo

Los cobardes tiemblan antes.

Los guerreros después.

Pero nadie defrauda al miedo.)

De momento

Victoria.

Un año de gracia.

Tiempo para pensar en los caídos.

Honor a su intento.

Respeto, siempre respeto.

Y el deseo de que no fuese

Nada personal

Aunque siempre quepa la duda.

.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Casi completo



Tantas cosas no caben en un día.

Pero al final entraron. He sido Guillermo, mi otro yo enamorado de los molinillos antiguos de café, y a la vez, el chico malo en una serie de la 1, sin olvidar modelar guerreros de plastilina para un general de tres años, ni ser el ángel bibliotecario de la guarda de una estudiante en apuros, o el alumno aplicado de una clase de Artes Marciales chinas...

Y aún me ha llegado el tiempo para mantener una conversación con alguien a quien admiro- escribe como a mi me gustaría escribir- e incluso para celebrar con mis alumnos un pequeño triunfo.

Sólo me ha faltado una cosa.

Y la echo tanto de menos.

Presente en mi memoria, como si fuese el Santo Grial, cuando hablaba de la belleza de un molinillo. Detrás de la cámara cuando ensayaba para el rodaje. Mencionada en la conversación cuando hacía fotos del ejército de plastilina,. Con una silla vacía guardándole ausencia cuando Roger y yo reíamos nuestra condición de eternos seducidos; cuando hablábamos de Sandman, y ella era perfecta como Muerte. Cuando llegué a casa, y en la mesa puse dos copas para absenta, sabiendo que una tiene sentido sólo por que en ella beba.
Cuento las horas.
Como no recuerdo haberlas contado nunca.

Porque, por bueno que sea, si tu faltas... no habrá un día completo.