Lentamente me voy metiendo en otra piel. Ahora estoy metido en un molinillo que tritura seres humanos, expectativas, miedos, sueños y frustraciones. Un molinillo diseñado por el genial Michael Vinaver. Un texto que desafía todo lo que yo creía saber sobre cómo se construye una escena o un personaje. Nada de egos cortados a cincel y separados del resto de los individuos de la obra, nada de psicologías de manual, nada de compartimentos estancos. El texto construye un universo de sentidos que se anudan sobre sí mismos. Muy lejos de ese falso naturalismo que no es más que una reducción de la complejidad de lo real a lo comprensible, una burda simplificación, el texto de Vinaver aborda una “visión cubista de la realidad”. Las relaciones humanas no se descomponen para mejor entenderlas, sino que se presentan en total simultaneidad. Lo más interesante no es el personaje convertido en figura sobre el fondo de unas circunstancias imaginarias, sino cómo el flujo de las acciones y las palabras de un personaje a otro toma una vida propia, autónoma, creando un dibujo, una estructura que se va revelando ante el espectador.
Interesante pirueta: ya no sólo tendré que renunciar a mi ego a favor del personaje, sino que deconstruir el ego del personaje para que el texto funcione. Nunca había sentido mi trabajo tan cercano al de un intérprete de música, cuando siente que la voz de su instrumento es ladrillo de una catedral sonora... No me disgusta.
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