viernes, 5 de octubre de 2007

In hoc lacrimarum Valle


El dolor me fascina. No es que sea masoquista, aunque he llegado a temerlo en otras épocas de mi vida. (Se que una cosa y la otra van de la mano, pero temo estar mas cercano al sadismo que al masoquismo) Sencillamente no conozco otro revelador mejor de la condición humana, una más precisa piedra de toque del temple de un ser humano, ni un igualador mas universal, si prescindimos de la muerte. Sólo el ser humano tiene la capacidad de sobreponerse al placer y al dolor. Sólo nosotros somos capaces de renunciar a una gratificación por fidelidad a un compromiso, o de aceptar sufrir a cambio de obtener conocimiento. Esa es la primera y la última lección de la tragedia: El dolor puede hacernos sabios. E incluso la familiaridad con el dolor nos salva de algo peor que el dolor mismo. Nos hace menos accesibles al miedo. Nunca una situación penosa me ha perturbado tanto como el previo temor a sufrirla.

Quizás la pregunta clave para entender una cultura sea su concepción de la muerte, pero la pregunta que nadie responderá sinceramente, y que nos revelará casi todo de un individuo, es la que atañe a la manera en que combate, acepta o justifica la existencia del Daño en el mundo. Quizá nuestra sensibilidad al displacer y nuestra tolerancia ante el sufrimiento propio y ajeno influye mas en nuestro comportamiento que nuestro discurso ético o político.

El dolor es la aguja imantada de nuestra brújula personal. Por mucho que el placer sea el norte.

¿Cuánto dolor eres capaz de soportar en tu lucha por cumplir tu ideal de ti mismo?¿Cuánto dolor eres capaz de infligir?

No hay cosa que despierte mas admiración en las mal llamadas “culturas primitivas” que la capacidad para soportar el dolor. Está claro que en la nuestra la dureza está bajo sospecha. Ni la abnegación ni la capacidad de sacrificio están entre los valores de la sociedad de consumo. Pero sobrevivir y adquirir sabiduría siguen siendo necesidades.

Hay un dolor que me indica que esfuerzo mi cuerpo al máximo, y que debo superar si quiero rebasar mis límites. Hay una desazón que me indica que no hago las cosas tan bien como quiero, y que no debe frenarme en mi eterno aprendizaje. Hay una irritación persistente cuando un argumento o un problema lógico se resisten a mi comprensión inmediata. Hay una solidez punzante en medio del pecho que me avisa de que me engaño a mi mismo, o me hallo en riesgo de permitir que me engañen, y que debo vencer la comodidad de evitar una confrontación.

El placer es el norte. Pero sin aceptar el valor constitutivo y formador del dolor, el placer se nos escapa como el agua de un río sin orilla que la contenga. Sin una aceptación, sin una hermandad con el dolor constructivo, el placer nos entrega atados de pies y manos al miedo. Es de las pocas verdades comunes a toda religión y a toda filosofía, a todas las medicinas espirituales con o sin anestésicos, al Cristianismo, al Budismo y a la Stoa: En la génesis y en el punto de mira de todas las grandes construcciones culturales de la humanidad está la aceptación a regañadientes del Dolor.

“In hoc lachrimarum valle”




O en otros terminos:




Me derrumbo en mi silla. Silencio.

Algo me falta,( y no eres solo Tu).

No solo la ausencia de ruido es silencio.

Es parecido a perder un sentido.

A hacer el amor con guantes o a oír

Música cuando se está bajo el agua.

Es parecido a dejar de oír mis latidos

Tal vez me falte el Dolor, viejo amigo,

Mi amigo el Dolor, que me salva del miedo...

Perro fiel que vela mi sueño

Y al que sólo puedo alimentar con mis carnes.

No soy masoquista. No lo echo de menos

Pero ya hace tiempo que he resuelto

Que no se quien soy, si no soy un esfuerzo.

Y el precio es Dolor, sin reniego lo asumo.

Es mi fondo peludo y primitivo

De buen salvaje que nada admira mas

Que la capacidad de sacrificio:

El enemigo que resiste el tormento,

Las cicatrices de guerra en la cara,

O el tatuaje que cubre todo el cuerpo.

También opina así mi pensador oculto,

Que esfuerza su vista en la selva de signos,

Que sufre porque no entiende para nada este Todo,

Que se consuela de no ser sabio buscando ser culto.

O el dramaturgo loco y llorón de mi azotea

que no acaba de lograr en palabras,

En gestos, ni en actos, la perfección que desea.

“Descansa , hombre, vive y disfruta,

vuelve al redil de los que no se esfuerzan,

la vida es breve y el arte apesta,

hierve los laureles y sírvelos a la mesa,

pon la tele y encarga una hamburguesa.”

No se hacerlo, ya no puedo, dime cómo.

O hablame de tu perro fiel, de tu dolor.

Dime cuánto soportas, dime si lo amas.

Reconoce si pesa más que el mío

¿ Como justificas el escándalo, la tozudez

El despropósito, del sufrimiento

Piedra de toque de la condición Humana

verdadero igualador, mucho antes que la Guadaña?

Dime lo que piensas del dolor.

Es lo único en lo que todos mienten siempre.

Hablame de tu romance zoófilo con el dolor

De cómo te lo montas, quien se pone encima.

Hablame de vuestra convivencia.

Hoy el mío anda lejos, hoy puedo escucharte.

Porque empiezo a darme cuenta

De que para conocerte de verdad

Tendré que saberlo todo de tu dolor.

Y dejar que acabes conociendo el mío.


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